Del oasis en la butaca
Hoy no hay poesía, ni palabras de reflexión, ni versos libres (en su concepción y calidad artística), tampoco visiones y quizás se nieguen hasta los sentimientos. Aunque no sé muy bien si algún ser explora estas páginas del visionario (y quizás por esto mismo) voy a empezar a destaparme. Para ganar adeptos, fieles, soñadores y algún neurótico que otro, comenzaré por compartir una de mis resurrecciones neuronales, pasión y melancolía: el Cine (que como aquel Verbo, se personaliza).
En estos tres días (noches de insomnio pero por extensión unidades diurnas) he recuperado viejos sueños: Tierra (junto a Lynch mi principal fantasía); he descubierto perversiones de lo más apetecible en Secretary (qué sorpresón); me he emocionado como un ñoño más con el final de La educación de las hadas (y confieso que también con la mirada de Bebe); me he fundido con Bowie y la fuga psicológica de Lost Highway (es increíble como la canción casi consigue el poderío y grandeza de la película); me he peleado defendiendo The Virgin Suicides y Lost in Translation (sí, las dos están en mis mejores 10); he pensado en Bess (y también en Grace, en Selma...); he querido comunicarme con la amante Ana (la del círculo polar); y, como cada día, me quise sentir Nuria (Lucía en el Sexo), aunque me quedé en El Extranjero (Welles), Jack-Eduardo (creo q soy Oyster Boy la mayoría de las mañanas) y en algún momento de crisis en Alex (Clockwork Orange), pretendiendo a mi musa Bacal en el resúmen de mis días, The Big Sleep.
Por todo esto (y por alguna cosilla interesante que ahora hay en cartelera, como las citadas hadas y, sobre todo, The Squid and The Whale), hace mucho que no me conjuro a la valeriana menos diurética. Y no me importa. El siete siempre fue un número mágico.
En estos tres días (noches de insomnio pero por extensión unidades diurnas) he recuperado viejos sueños: Tierra (junto a Lynch mi principal fantasía); he descubierto perversiones de lo más apetecible en Secretary (qué sorpresón); me he emocionado como un ñoño más con el final de La educación de las hadas (y confieso que también con la mirada de Bebe); me he fundido con Bowie y la fuga psicológica de Lost Highway (es increíble como la canción casi consigue el poderío y grandeza de la película); me he peleado defendiendo The Virgin Suicides y Lost in Translation (sí, las dos están en mis mejores 10); he pensado en Bess (y también en Grace, en Selma...); he querido comunicarme con la amante Ana (la del círculo polar); y, como cada día, me quise sentir Nuria (Lucía en el Sexo), aunque me quedé en El Extranjero (Welles), Jack-Eduardo (creo q soy Oyster Boy la mayoría de las mañanas) y en algún momento de crisis en Alex (Clockwork Orange), pretendiendo a mi musa Bacal en el resúmen de mis días, The Big Sleep.
Por todo esto (y por alguna cosilla interesante que ahora hay en cartelera, como las citadas hadas y, sobre todo, The Squid and The Whale), hace mucho que no me conjuro a la valeriana menos diurética. Y no me importa. El siete siempre fue un número mágico.
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